La extraña leyenda del Señor de Náquera.
Tuve la primera noticia de esta leyenda que roza lo paranormal, al leer el interesantísimo libro "Llegendes de la Ciutat de València", de Víctor Labradó y me sorprendió por lo poco conocida que es entre los habitantes de la ciudad del Túria, donde me ha sido difícil encontrar algo más que rumorología al respecto, eso sí, nos encontramos quizá ante una de las leyendas con más misterio.
Introducción.
Una de las principales puertas de entrada a la ciudad de València, cuando ésta se hallaba envuelta en sus murallas medievales, es la conocida como Portal de Serranos, hoy en día al no existir la muralla, simplemente, Torres de Serranos. Recibía ese nombre al ser una puerta de entrada desde las comarcas de La Serranía.

Nada más cruzar el umbral de la citada puerta, se abría una de las principales calles de acceso al núcleo urbano de València, no obstante recibía el nombre de Carrer Major de Sant Bertomeu(actualmente Carrer Serrans), por la cual discurría casi cualquier acto de pública concurrencia o de cierta notoriedad. Pertenecía a una de las primeras jurisdicciones parroquiales estableciadas por Jaume I tras la conquista de València, quedando en pie hoy en día, únicamente una torre de la antigua parroquia adosada a un moderno edificio, en la esquina de Serrans con el Carrer Concòrdia.
No es de extrañar pues, que los nobles del Reino de Valencia edificaran sus palacios en esta calle y sus adyacentes, como fue el dueño del Señorío de Náquera, linaje iniciado en el año 1237 con la concesión, por parte de Jaume I, de la Alquería de Náquera a Egidio de Atrosillo para que éste le ayudara en la conquista de Valencia.
El edificio principal y protagonista de nuestra leyenda lo ocupaba el actual espacio comprendido entre los números 2 y 4 del Carrer de Náquera, de ahí el nombre actual de la calle, y su balconada principal se asomaba a la citada Major de Sant Bertomeu, hoy Serranos.
Muy próximo, en la actual Plaza Cisneros, encontramos uno de los edificios que perteneció a la casa señorial, rehabilitado para su uso como sede de Cáritas Diocesana, aunque esa edificación no nos atañe en la misteriosa leyenda, quién sabe si leyenda, hecho, o simplemente ensoñación de algún cuentacuentos que teatralizaba sus actuaciones a cambio de algunas monedas...
La leyenda.
Cuenta la leyenda, que estando el señor de Náquera en sus aposentos de Palacio, escuchó un murmullo proveniente del Carrer Major, y como tal, se asomó para averiguar el motivo.
Observó con asombro la comitiva de un entierro, encabezado por las autoridades eclesiásticas y tras el cual, discurría un río de gente. Y digo con asombro, porque dada la cantidad de gente que acompañaba a la comitiva, era de suponer que se trataba de algún noble y el Señor de Náquera debería haber sido avisado, hecho que no había sucedido.

Preguntando al servicio, nadie parecía haber sido advertido de un entierro importante en esos días, así que visiblemente molesto, envió a uno de sus criados a averiguar quién era el difunto.
El criado volvió algo pálido y con voz temblorosa, respondió al insistente requerimiento de su señor con tartamudez:
-Cu-cu-cu-cuentan que el difunto es el Señor de Náquera, mi señor.
-¡Imposible! ¿No saben que soy yo?
Ante la información dada por el criado, decidió enviar a otro, obteniendo idéntica respuesta.

Visiblemente molesto por la aparente torpeza de sus vasallos, decidió bajar él mismo a informarse de primera mano, preguntando a todo aquel que encontraba en la calle:
-¿Quién es el muerto?
-El Señor de Náquera.
-¡Imposible! ¿Quién es el muerto?
-El Señor de Náquera.
-¡No puede ser cierto! ¿No conocen al Señor de Náquera? ¿Que quién es el muerto?
-El Señor de Náquera.
Y así pregunta tras pregunta, respuesta tras respuesta y viendo que ni sus propios convecinos lo reconocían, comenzó a cambiar su ira por inquietud primero, miedo después y finalmente un terror irracional que empezaba a consumirlo por dentro.
Rápidamente volvió a su palacio y mandó cerrar todas las puertas y ventanas. Recluído en una de sus habitaciones en completa oscuridad y silencio, se percató de que aquel murmullo casi silencioso de gente pasar tras la comitiva se le hizo atronador en su cabeza. Y no terminaba nunca.
Visiblemente asustado y nervioso, se puso una de sus armaduras, mandó ensillar uno de su más veloces caballos y saliendo por la parte de atrás del palacio, atravesando la puerta de Serranos, se dirigió al trote hacia la población de la que era señor: Náquera.
De camino, un sinfín de tribulaciones se atravesaban en su mente pensando qué enemigo o amigo, qué vecino o extraño, qué sirviente o familiar, querría verle en esa situación.

Llegó entonces a su señorío, a los pies de La Calderona, entrando a galope en su casa señorial ante el asombro de sus sirvientes, que no recibían visita alguna de su señor en días como aquel.
Inmediatamente, tras desmontar de su caballo, entró en la casa, como si alguien lo persiguiera, cerrando tras él la puerta de sus aposentos.
Fue en ese momento, ante la sorpresa de sus criados, que un gran fogonazo se vio a través de los ventanales del palacio, acompañado de un trueno que hizo temblar incluso la torre del mismo. Dirigiéronse raudos en su busca sus lacayos y tras entrar en sus aposentos, comprobaron con estupor que no había rastro de su señor, encontrando la armadura vacía amén de un fuerte olor a azufre.

Maldito quedó entre esas gentes el palacio, no sabiéndose nunca el final ni paradero de aquel noble que posiblemente, fue testigo de su propio entierro...
Texto y fotos: ©David Dasar; pxhere.com